El equipo de Alfabeta Media Lab, el laboratorio de innovación de AMI en El Salvador, publica un libro para entender el ciclo de vida de la desinformación. Willian Carballo es coautor de esta investigación pionera.
La desinformación está obstaculizando la libre toma de decisiones a escala mundial, con consecuencias especialmente notables en países como El Salvador, donde el ejercicio del periodismo está sometido a una gran presión política.
El libro Mala hierba: cómo germina, crece, se reproduce y combate la desinformación en El Salvador mapea la situación de la desinformación en este país centroamericano en busca de herramientas para contrarrestarla. Esta producción del equipo de Alfabeta Media Lab, el laboratorio de innovación en Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) de la Escuela Mónica Herrera, la Maestría en Gestión Estratégica de la Comunicación de la UCA El Salvador y DW Akademie, persigue entender el ciclo de vida de la desinformación a nivel nacional, desde su nacimiento hasta su posible desaparición.
La publicación presenta los resultados de cuatro investigaciones autónomas, con metodologías independientes, desarrolladas en paralelo para determinar los elementos que intervienen en el desarrollo de los desórdenes informativos. Su aspecto innovador destaca por integrar perspectivas como la psicología y la ciencia de datos, a cargo de la psicóloga Erika Mestizo y el analista de datos Omar Luna, así como el uso de técnicas pioneras en el campo de la información en El Salvador, como el seguimiento ocular.
Willian Carballo forma parte del equipo coordinador de Alfabeta Media Lab y es director del departamento de investigación de la Escuela Mónica Herrera.
Julia Manske de DW Akademie (en el centro) acompañó a las y los autores del libro en la presentación: Willian Carballo, Amparo Marroquín, Omar Luna, Karla Ramos y Erika Mestizo
DW Akademie: ¿Cómo se relaciona el término "mala hierba" con la desinformación?
Willian Carballo: En un jardín hay flores y plantas que cumplen funciones útiles y positivas para el ecosistema, que pueden representar la información útil; pero también hay mala hierba, aquella información que perjudica, desinforma o es poco rigurosa. Y, por mucho que se arranque una y otra vez, hay que arrancarla de raíz para erradicarla. Así es la desinformación.
En el mundo académico hemos tratado de superar el concepto de noticias falsas, las conocidas fake news, a la hora de hablar de desinformación, porque el fenómeno es mucho más amplio e incluye distintos desórdenes informativos. Uno de esos desórdenes es la mala información (malinformation, en inglés) y fue el que nos impulsó a conectarlo con la idea de mala hierba.
La desinformación se ha convertido en un fenómeno popular. ¿Cuáles son las mayores incógnitas que quedan para erradicarla?
En los países centroamericanos, particularmente en El Salvador, las incógnitas sobran; en cambio, faltan las certezas. Vivimos saturados de mensajes políticos, sanitarios, científicos, económicos y culturales y, con el avance de la inteligencia artificial (IA) y la creciente popularidad de redes sociales tan virales y frenéticas como TikTok, cada vez es más difícil para las audiencias determinar qué información es real y rigurosa y cuál no.
Por eso, aunque aún quedan muchísimas dudas por resolver, como seguir indagando sobre el uso de la IA para generar imágenes con el fin de confundir o realizar estudios concretos sobre determinadas redes sociales, en el libro nos propusimos entender al menos tres aspectos básicos: cómo nace, cómo crece y cómo se puede combatir la desinformación a nivel general, justo como haríamos con una mala hierba en un jardín.
Durante la presentación del libro, Carballo enfatizó la importancia de diseminar la AMI en El Salvador
Para la investigación, incluyeron a una psicóloga experta en el estudio de la mente y la conducta, ¿qué aporta esta mirada?
Nuestro procesamiento informativo no es solo racional, tiene mucho de emocional. Por eso apostamos por esta visión desde la psicología, que nunca se había integrado en una investigación sobre desinformación en El Salvador.
El trabajo consistió en analizar las emociones y los sesgos cognitivos que se producen en la mente al consumir desinformación. Lo interesante es que muchas veces las y los jóvenes no comparten desinformación por mala intención o porque caigan inocentemente en ella, sino simplemente porque les parece divertida una nota, por ejemplo. Las medidas para frenar la desinformación deben tomar en cuenta estas circunstancias.
Uno de los aspectos más innovadores de esta investigación es el uso del seguimiento ocular, que no se había usado antes en el ámbito de la información, aunque sí del marketing. ¿Cómo funciona y qué información aportó?
El software RealEye arroja información sobre en qué se fija una persona mientras ve un material. Dimos a 48 jóvenes de distintas regiones del país cinco noticias con desinformación, algunas eran totalmente falsas y otras contenían una parte falsa. Por ejemplo, había una noticia que simulaba ser de un periódico salvadoreño muy famoso. Se llama La Prensa Gráfica, pero el logo estaba alterado y la falsificación decía "Las Prensas Gráfica", con las dos primeras palabras en plural. El programa permitió determinar que, a los cinco y diez segundos de ver la noticia, muy poquita gente se había dado cuenta. Solo a partir de los 15 segundos, casi la mitad vio que el logo estaba alterado.
Si una persona tarda un promedio de 15 segundos en determinar que una noticia es falsa, cuando vea una noticia en Facebook o Twitter no se va a dar cuenta. La gente se fija primero en los titulares o las fotos llamativas, pero no en detalles clave como la fecha, el usuario que publica o el logo alterado que nos indica que es falsa.
Julia Manske y Edgar Zamora Orpinel de DW Akademie conversan con Carballo en el estudio de Alfabeta Media Lab
Más allá del trabajo en el Alfabeta Media Lab, la Escuela Mónica Herrera también ha publicado recientemente un libro sobre inteligencia artificial, ¿cómo se relaciona con la desinformación?
Cerca la mitad de la población encuestada en ese libro afirmó que, en algún momento de su consumo noticioso, pensó que una información era real antes de darse cuenta de que era producto de la IA. La IA está influyendo en una mayor desinformación en los medios de comunicación, sobre todo en temas de farándula, políticos y científicos.
Pero también puede usarse de forma positiva, por ejemplo, para contrarrestar la misma desinformación: puede indicar si cierta información tiene los elementos necesarios para ser fiable, si una foto ya se publicó en otro contexto, si la fecha se corresponde con el hecho que cuenta, si la nota tiene tres fuentes contrastadas...
La IA no es ni buena ni mala, al igual que sucede con las redes sociales, depende de cómo se use, y tiene un gran potencial.
¿Cuáles son los próximos pasos para proteger a las audiencias de los riesgos del mundo digital?
Lo primero es fomentar la Alfabetización Mediática e Informacional de la audiencia. Es muy difícil conseguir que la desinformación no se produzca, porque conlleva muchos intereses. Y la verificación de la información (fact-checking) se realiza cuando el daño ya está hecho, es como cuando uno está enfermo y le ponen una inyección. Por eso, la clave es dotar a la población de las herramientas necesarias para identificar la desinformación y que sea capaz de determinar que una información es engañosa, intenta manipular o transmite un discurso de odio.
Además, debemos comunicar mejor lo que ya conocemos. Desde Afabeta Media Lab hacemos muchos talleres con jóvenes en el interior y las zonas rurales del país, pero no es suficiente. El libro lo dice claramente: mientras los creadores de desinformación son creativos y enganchan a la gente, los verificadores y académicos seguimos siendo demasiado serios.
¿Por qué no le damos la vuelta al asunto y hablamos a la juventud en otro lenguaje? Ese es el gran reto: convertir los resultados del libro en productos mucho más digeribles para que las y los jóvenes puedan formarse mediática e informacionalmente.
Alfabeta Media Lab es un laboratorio de innovación sobre Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) creado por la Escuela Mónica Herrera, la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA El Salvador) y DW Akademie. Este proyecto está promovido por el Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo.